La Bonneville encarnaba la esencia misma del encanto café racer, con una
imagen severa y espartana y, lo que es más importante, tenía el
comportamiento que requería una moto así. Era una máquina realmente
extraordinaria y llegó en el momento exacto para encaramarse a la cresta
de la ola de lo que prometía ser también una década sensacional...
Los años 60 iban a ser una década extraordinaria para el motociclismo
en general, y Triumph tenía todos los ases en la mano. La Bonneville
tuvo un éxito sensacional: fue la deportiva bicilíndrica definitiva de
los 60, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, y su éxito en
competición en Isle of Man TT y Daytona alumbró infinidad de modelos.
La aceptación social de las motocicletas alcanzaba su máximo histórico.
Las motos seguían siendo para muchos un elemento fundamental de
transporte cotidiano, pero también aparecían en las películas más
admiradas, montadas por estrellas cinematográficas como Steve MacQueen y
Marlon Brando. En esa época surgió también la figura del adolescente
rebelde, que convertía su café racer en un objeto de culto.
La producción de Triumph creció hasta las 50.000 unidades al año, un 60
por ciento de las cuales se exportaba, principalmente a los Estados
Unidos.
Harry Sturgeon, ex consejero delegado de una filial del grupo BSA, tomó
el relevo a Turner en 1967 y se mantuvo fiel a la política de Triumph:
evolución, no revolución.
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